La deshumanización en la que llevamos ya demasiados años sumergidos los “ciudadanos del mundo” es uno de los principales problemas –y la gran causa- de la mayoría de las desastres actuales. No hace mucho, podíamos ver en los telediarios como un motorista yacía tirado en el centro de Tel Aviv tras sufrir un accidente, mientras las cámaras de tráfico nos mostraban como durante diez minutos ningún conductor paró su vehículo para socorrerle, sino que se limitaban a esquivar el “bulto” cual objeto peligroso en mitad de la calle. Hoy me gustaría contar una historia acaecida hace 15 años, pero cuya complejidad emocional y conflicto interno son imperecederos.
Kevin Carter era un joven fotógrafo sudafricano que pasó, en tres meses, de conseguir el premio Pulitzer por una de sus fotografías, a suicidarse por el dilema moral que ella le supuso. Carter nació en 1960, y pronto se dio cuenta de que ser un hombre blanco en
Y después, ¿ayudaste a la niña?
En 1993, Carter se tomó unas vacacaciones. Marchó a Sudán, y allí es donde fotografió la imagen. Una niña famélica, arrodillada en el suelo sin poder moverse a causa del hambre. Un buitre, impasible y frío, esperando la muerte de su objetivo. Y al otro lado –se puede hablar de simetría en el posicionamiento- otro buitre, éste con cámara de fotos, también esperando. Atento e inmóvil estuvo Carter durante veinte minutos en busca de que el ave abriera sus alas y tomar la instantánea de su vida. Una foto que tuviera tanta fuerza como para movilizar conciencias en busca de solución a problemas como el hambre. Pero el buitre no se acercó a la niña, y Carter se fue.
La foto fue portada de The New York Times, y en abril de 1994 le comunicaron que había ganado el Pulitzer. Además, el conflicto entre sus compatriotas por el que había luchado toda su vida se había solucionado: la guerra en Sudáfrica concluyo, Nelson Mandela era presidente y la justicia se abría camino entre las pistolas. Todo parecía perfecto, pero a Carter le desapareció el armazón que protegía su alma, y aquella niña sudanesa no le permitía vivir. En esta época, incrementó su ya importante dependencia de las drogas, y, siempre, en cada rincón, le hacían la misma pregunta: “Y después, ¿ayudaste a la niña?”.
“Es la foto más importante de mi carrera, pero no estoy orgulloso de ella. No quiero ni verla. La odio”. Son sus palabras tras el Pulitzer. En julio de 1994, y con sólo 33 años, cuando lo tenía todo, su vida ya no tenía sentido. Cogió su coche, fue a la orilla de un río en el que jugaba cuando era niño (cuando palabras como muerte, apartheid o hambre no ocupaban su mente), e inhalando monóxido de carbono por fin consiguió serenar su conciencia. Kevin Carter, una foto: del cielo al infierno. ¿Dónde crees que está pasando la eternidad: en el cielo o en el infierno?
El hombre siempre muere antes de haber nacido por completo.
Erich Fromm
2 comentarios:
¡Felicidades por tu blog! Aún recuerdo cuando me contaste esta historia en el cercanías volviendo de Sogecable. Una historia muy interesante. Espero coincidir pronto contigo, y si es con un chupito de por medio mejor jajaja. Un abrazo!
Hola!
Es difícil no hacerse seguidora de tu blog, la última historia es conmovedora. Ya había oido algo sobre ella de la boca de algún profesor, pero es cierto que volver a recordarla hace que me estremezca de nuevo! Es triste darse cuenta de que cuántas más veces vemos la cruel realidad, más nos acostumbramos a ella y menos hacemos por mejorarla - bien sea porque ya no le damos la importancia que se merece a sus problemas, bien sea por puro pasotismo.
En fin, espero que la foto de Carter haya servido para algo más que para ganar un premio que ni él pudo disfrutar.
1 saludo
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