29 octubre 2008

Una foto: del cielo al infierno

La deshumanización en la que llevamos ya demasiados años sumergidos los “ciudadanos del mundo” es uno de los principales problemas –y la gran causa- de la mayoría de las desastres actuales. No hace mucho, podíamos ver en los telediarios como un motorista yacía tirado en el centro de Tel Aviv tras sufrir un accidente, mientras las cámaras de tráfico nos mostraban como durante diez minutos ningún conductor paró su vehículo para socorrerle, sino que se limitaban a esquivar el “bulto” cual objeto peligroso en mitad de la calle. Hoy me gustaría contar una historia acaecida hace 15 años, pero cuya complejidad emocional y conflicto interno son imperecederos.


Kevin Carter era un joven fotógrafo sudafricano que pasó, en tres meses, de conseguir el premio Pulitzer por una de sus fotografías, a suicidarse por el dilema moral que ella le supuso. Carter nació en 1960, y pronto se dio cuenta de que ser un hombre blanco en la Sudáfrica del apartheid era algo similar a ser un jeque árabe en algún país de Oriente Medio en el que la pobreza y el fanatismo son cotidianos. Pudiendo llevar la cómoda vida que le correspondía, él buscó en el periodismo gráfico la vía para movilizar a los acomodados cerebros occidentales y a la opinión pública internacional. Mostraba la crudeza de la situación de su país, la violencia desmedida, el horror de cada esquina, la lucha fraticida, etc. Carter acudía todos los días a primera hora de la madrugada a la zona de conflicto, arriesgando su vida para poder tomar esa instantánea. ¿Has visto alguna vez un asesinato? Yo no –y lo agradezco, evidentemente-. Imagino que a muy pocos de vosotros os ha pasado, pero sí somos todos capaces de imaginar lo que debe suponer vivir una imagen así. No será fácil de borrar de nuestros cerebros. La complejidad de la mente humana es tal, que si tu vida consiste en ver escenas de semejante dramatismo diariamente, es necesario crear un armazón para tu alma, y poder seguir así con tus objetivos –que en el caso de Carter era sensibilizar al mundo- observando esas imágenes diariamente. Conformar esta armadura es necesario, pero deshumaniza. Un periodista compañero suyo lo explica: La cámara funciona como una barrera que lo protege a uno del miedo y del horror, e incluso de la compasión.


Y después, ¿ayudaste a la niña?

En 1993, Carter se tomó unas vacacaciones. Marchó a Sudán, y allí es donde fotografió la imagen. Una niña famélica, arrodillada en el suelo sin poder moverse a causa del hambre. Un buitre, impasible y frío, esperando la muerte de su objetivo. Y al otro lado –se puede hablar de simetría en el posicionamiento- otro buitre, éste con cámara de fotos, también esperando. Atento e inmóvil estuvo Carter durante veinte minutos en busca de que el ave abriera sus alas y tomar la instantánea de su vida. Una foto que tuviera tanta fuerza como para movilizar conciencias en busca de solución a problemas como el hambre. Pero el buitre no se acercó a la niña, y Carter se fue.
La foto fue portada de The New York Times, y en abril de 1994 le comunicaron que había ganado el Pulitzer. Además, el conflicto entre sus compatriotas por el que había luchado toda su vida se había solucionado: la guerra en Sudáfrica concluyo, Nelson Mandela era presidente y la justicia se abría camino entre las pistolas. Todo parecía perfecto, pero a Carter le desapareció el armazón que protegía su alma, y aquella niña sudanesa no le permitía vivir. En esta época, incrementó su ya importante dependencia de las drogas, y, siempre, en cada rincón, le hacían la misma pregunta: “Y después, ¿ayudaste a la niña?”.

“Es la foto más importante de mi carrera, pero no estoy orgulloso de ella. No quiero ni verla. La odio”. Son sus palabras tras el Pulitzer. En julio de 1994, y con sólo 33 años, cuando lo tenía todo, su vida ya no tenía sentido. Cogió su coche, fue a la orilla de un río en el que jugaba cuando era niño (cuando palabras como muerte, apartheid o hambre no ocupaban su mente), e inhalando monóxido de carbono por fin consiguió serenar su conciencia. Kevin Carter, una foto: del cielo al infierno. ¿Dónde crees que está pasando la eternidad: en el cielo o en el infierno?


El hombre siempre muere antes de haber nacido por completo.

Erich Fromm



27 octubre 2008

La libertad no la tienen los que no tienen su sed

Con este titular, de Rafael Alberti, comienza hoy la aventura del blog. Y quería que el principio tuviera que ver con la libertad, la palabra más bonita del mundo, pero que como bien dice Alberti, tienes que tenerla el suficiente amor (o sed) para buscarla y, posteriormente, obtenerla.

Libertad es lo único que pido a todos -imagino que no muchos- los que lean este blog. Libertad para respetar lo que digo y, sobre todo, libertad para comentar, opinar, criticar y proponer en estas líneas lo que cada uno quiera.

Aprovecho también para presentarme -"la educación siempre es algo fundamental", que diría Platero- en la entrada de hoy. Me llamo Adolfo, en breve cumpliré 24 años y acabo de terminar la carrera de Periodismo. Trabajo en una página web, por lo que trato diariamente más con temas informáticos (a los cuales no les tengo excesivo aprecio) que con la pura redacción (que es lo que siempre me ha gustado), y no me gustaría perder los buenos hábitos.

Considero que el actual momento social es tan importante que el necesario cambio ha de ser movido por los que han sufrido (y siguen en ello) la esclavitud del capitalismo sin límites en su avaricia. Esclavitud que lleva a vivir/trabajar con el único objetivo de no perder el curro (por lo que seguimos dejándonos explotar) para no perder la casa (por la que acabamos pagando 90 millones cuando al banco le hemos pedido 40 de préstamo). Y en esa generalización de "afectados" estamos todos, tengas o no una casa, porque todos nos hemos creído "ricos" por tener un piso y un coche, cuando realmente eran del banco. Por eso, el actual momento necesita opiniones diversas, de todos y para todos. Y precisa, sobre todo, LIBERTAD. Así, con mayúsculas. Y nuestra generación la tiene más al alcance que ninguna otra, entre otras cosas, por ese invento llamado Internet, que permite a todos, expresar su opinión en, por ejemplo, un blog.

“Una sonrisa despeinada” ha sido el título escogido. Viene de una canción de Marea, que habla de “la sonrisa despeinada de ir en contra de los vientos”. Una sonrisa es básica para vivir y no caer en el fatalismo al que muchas veces la dura vida diaria y sus problemas nos acerca peligrosamente; pero lo principal es que sea despeinada, que nadie te obligue a llevarla con la raya a un lado, al otro, o en el centro.

Espero coger este blog con ganas y actualizar casi diariamente. Y una cosa que será habitual es cerrar todos mis comentarios con una cita. Una cita célebre –o no tanto- pero que haya dicho alguien que sabe mucho más que un simple chaval que se pone a escribir. Hoy, es la del titular:

La libertad no la tienen los que no tienen su sed.

Rafael Alberti.